Se ha vuelto un lugar común señalar que el maestro mexicano enseña con lo que tiene y como puede; y esto se observa más, cada vez que se comienza con una nueva política educativa encabeza por el gobierno entrante. Cada discurso político (oral o escrito) tiende a marcar su sello propio. Quienes se encuentran en las escuelas (docentes, directivos y supervisores) deben, institucionalmente, asimilar las intenciones de ese gobierno.
Que un gobierno quiera proponer su política educativa no es criticable, se asume que lo ha hecho con las asesorías (nacionales e internacionales) para el beneficio de la sociedad. Sin embargo, al menos durante estos últimos cuatro sexenios, las cosas han sido demasiado confusas en la vida de las escuelas. Pasó en educación primaria, con el contructivismo en el 93 y la avalancha de editoriales por orientar a los docentes en su planeación; luego la llegada de Enciclomedia y el no usarlo porque "si se descompone lo pagas", concretizar el programa de escuela de calidad, aprender a desbloquear una tableta, y tantas situaciones, por demás lamentables; descuidando los aprendizajes de los alumnos.
Aunque en este camino por supuesto que fueron varios docentes que allanaron los escollos de la política educativa y salieron avantes. Lamentablemente fueron muy pocos.
Un ejemplo más de las confusiones generadas por el discurso institucional lo fue la planeación argumentada. A pesar de que el INEE siempre señaló que se trataba de una fase más del proceso de evaluación del docente, ante el temor y angustia generado por este proceso, nunca dejó de ver una nueva planeación: Argumentada.
Lo peor llegó a las escuelas cuando directores (incluso supervisores) exigían a sus docentes que realizarán planeaciones argumentadas.
Bueno, la historia se repite, al menos para alguien muy cercano de quien escribe, ya que ahora se escucha la voz de la maestra decir a sus alumnos: "¡Saquen el cuaderno del Programa escolar de mejora continua!" (sic)
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